Breve
reflexión psicoanalítica sobre el poder y de su
inconsistencia
Escrito por Daniela Aparicio
El humano esta condenado a buscar
un sentido propio a su vida, a su historia, a sus esfuerzos… y no siempre hay
sentido, y, si lo hay, resulta escaso, nada proporcional a la lucha titánica de
una vida. Muy a menudo, escuchamos el sufrimiento repetido de la precariedad
subjetiva, el sentimiento de estar en falta, de no dar la talla, de no llegar
nunca… ¿a dónde?, nos preguntamos. Nuestro sujeto piensa que esta precariedad
es la señal de su fracaso personal, de su incompetencia, y no la condición
natural e inherente a toda estructura humana Él irá a buscar
su identidad soñando que esta ha de ser sólida e integra; «yo soy eso o
aquello». Esta suposición también es algo errónea. La identidad suele ser
múltiple o fragmentada, y, cuando pretende ser total, resulta ilusoria, un puro
espejismo. Identidades, en el mejor de los casos, producto de unos deseos e
ideales regidos por el superyó, con la ferocidad que este adquiere en cada
momento de su época.
Late, como
contrapunto a cierta levedad del ser, una aspiración a la completitud
incrustada por figuras ideales, protagonizadas desde los dioses de la mitología
hasta los jugadores de futbol actuales y otros héroes de turno, que son todo
aquello que uno nunca alcanzará a ser. Para el humano no existe una estructura
completa, ya que esta está agujereada e incluye en su misma constitución una
falta, que no es el fracaso de lo humano como muchos creen, sino que es su
misma condición humana, inexorable. Esta falta constitutiva es el resultado de
la marca del lenguaje sobre el hablante arrancado de la naturaleza, pero
también es lo que le otorga una capacidad para desear. Este desajuste en el orden natural que soporta nuestra especie por su pertenencia al lenguaje —la letra grava y transforma la natura— introduce la dimensión específica del malestar humano. El desamparo del sujeto sujetado y su dependencia del Otro lo someten a una alienación que define su condición de sujeto atrapado en el campo del Otro.
Todo ello hace
pensar que Superman —o todas las figuras superlativas del poder que lo
representan— guarda cierto aire cómico y una pretensión absurda, la caricatura
de lo humano, que, como decíamos antes, es incompleto por definición. Y eso es
valido para todos y cada uno de nosotros.Tal vez,
nuestra única fortaleza verdadera sería la de asumir esta falta constitutiva y
no olvidarla. La integridad consiste en recordar la falta propia y en
soportarla.
Conocemos los
retos del narcisismo y también sus impases. La imagen yoica, la que se
constituye precozmente para el bebé, es la matriz de una completitud anticipada
pero inexistente, es una falsa imagen, cuyos fenómenos en la clínica delatan
sobradamente su gravedad. Todo aquel que se queda capturado en esa imagen está
predestinado a lo peor, como Narciso. La pulsión de muerte se conjuga así con
la vida de una forma compleja e intrincada. ¿Quién las puede separar? En El gran dictador, Chaplin nos
ofrece una versión tragicómica de esta farsa. Hitler puede ser un pobre judío
que escapa al exterminio por la vía del humor.
El poder, el
poderoso, el que se lo cree, es, finalmente, un impostor, un farsante o un
loco. Pero debemos añadir algo más: sin nuestra mirada y nuestro sostén se
caería y se rompería en pedazos, como los ídolos de barro de Abraham. Dios le
manda romperlos para salir del entuerto y construir una divinidad única, la
excepción a la regla; todos los demás son mortales.
No podemos
olvidar esta complicidad importante entre la aspiración megalomaníaca de
algunos, sostenida, a su vez, por la propia aspiración del otro mortal, víctima
y verdugo de sí mismo que desea seguir soñando. Sin esta alianza los excesos
del poderoso en este mundo no serían posibles.
Los políticos
son unos fantoches encumbrados al poder con nuestros votos. En su prepotencia,
han aprovechado la jugada, han robado y engañado para demostrarnos que nos
hemos equivocado. Antes, el suicidio podía ser una figura del honor. El que perdía la cara en lo social se borraba del mapa acabando con su vergüenza. Hoy, estamos rodeados por caraduras que pierden la faz y no dan cuenta de ello, siguen deambulando como si nada hubiera pasado. Y, sin embargo, algo grave ha pasado, la dignidad se ha perdido en el camino y nadie acusa recibo.
Podríamos
pensar en Jordi Pujol, por ejemplo, padre de la patria, Honorable, cuyos
grandes ideales han caído en saco roto. Literalmente, han acabado en el saco,
sin que podamos decir la bolsa o la vida; él ha elegido ambas cosas, olvidando
que se trata de una elección y de una renuncia. En muchos casos la prepotencia
se casa con la estupidez. La imposibilidad de poner un límite, de saberse
limitado, produce estragos y excesos para el mismo sujeto y para sus allegados.
Es hora de corregir
el rumbo. PODEMOS tomar la palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario